RODRIGO
¡Calla, no sigas! Me disgusta muchísimo que tú, Yago, que manejas mi bolsa como si fuera tuya, no me lo hayas dicho.
YAGO Voto a Dios, ¡si no me escuchas! Aborréceme si yo he soñado nada semejante. Me decías que le odiabas.
YAGO Despréciame si es falso. Tres magnates de Venecia se descubren ante él y le piden que me nombre su teniente; y te juro que menos no merezco, que yo sé lo que valgo. Mas él, enamorado de su propia majestad y de su verbo, los evade con rodeos ampulosos hinchados de términos marciales y acaba denegándoles la súplica. Les dice: «Ya he nombrado a mi oficial». Y quién es el elegido? Pardiez, todo un matemático un tal Miguel Casio, un florentino (casi condenado a mujercita), que jamás puso una escuadra sobre el campo ni sabe disponer un batallón mejor que una hilandera ... si no es con teoría libresca, de la cual también saben hablar los cónsules togados. Mera plática sin práctica es toda su milicia. Mas le ha dado el puesto, y a mí, a quien ha visto dar pruebas en Rodas, en Chipre y en tierras cristianas y paganas, me deja a la sombra y a la zaga del debe y el haber. Y este sacacuentas es, en buena hora, su teniente, y yo, vaya por Dios, el alférez de Su Morería