A primera vista, los jovencitos que estudian en el internado de Hailsham son como cualquier otro grupo de adolescentes. Practican deportes, tienen clases de arte donde sus profesoras o guardianas se dedican a estimular especialmente su creatividad y, como todos los jóvenes, descubren el sexo, el amor, los juegos del poder. La institución es una curiosa Arcadia inglesa, recóndita y orgullosa de sus instalaciones deportivas, de sus jardines, de su lago y sus idílicos caminos rurales, que tal vez no llevan a ninguna parte. Porque Hailsham es un mundo hermético, convencional y extraño a la vez, una mezcla de internado victoriano y de colegio para hijos de hippies de los años sesenta, donde los pupilos parecen ser huérfanos y no tienen otro contacto con el mundo exterior que Madame, como llaman a la mujer que viene periódicamente a llevarse las obras más interesantes de los adolescentes, quizá para una galería de arte, o un museo. Donde los profesores o guardianes no dejan de repetirles que son muy especiales, que tienen un importante papel que desempeñar en el futuro, y se preocupan obsesivamente por su salud. Y las relaciones sexuales están libremente permitidas, pero se han prohibido los libros de Sherlock Holmes por su alto contenido en nicotina. Los jóvenes también saben que son estériles y que nunca tendrán hijos, de la misma manera que no tienen padres.
Kathy, Ruth y Tommy fueron pupilos en Hailsham, y también fueron un juvenil triángulo amoroso, de vértices cambiantes. Y ahora, Kathy H., a los treinta y un años, se permite recordar Hailsham, y cómo ella y sus amigos, sus amantes, descubrieron poco a poco la verdad.
Y el lector de esta espléndida, minuciosamente construida novela, utopía gótica, fábula (in)moral, peculiar ficción científica con ecos de Blade Runner y de Soylent Green, irá descubriendo de la mano de Kathy que en Hailsham todo es una imitación, una parodia de la vida de un colegio normal, una representación donde los jóvenes actores no saben que lo son, y tampoco saben que no son más que el secreto terrible de la buena salud de una sociedad.
«Ishiguro no escribe como un realista, escribe como alguien que finge serlo, y ésta es una de las razones de la peculiar fascinación que ejerce este libro. En verdad, es un fabulador, un escritor irónico, y bajo su máscara cortés, amable, sus maestros son Kafka y Beckett. Y ambos son escritores cómicos; y las novelas de Ishiguro, conmovedoras, crueles, llenas de sufrimiento y decepciones, son también curiosamente divertidas» (Louis Menand, The New Yorker).
«Una novela intrincada, inquietante y conmovedora. Como también lo son todos los anteriores libros de Ishiguro» (G. Dyer, The Independent).
«Exquisitamente construida, Nunca me abandones es una novela de terror épica y ética, contada con la sutileza de una miniatura» (Publishers Weekly).
«Elegante y sombría, la novela nunca cristaliza en algo tan definido y definitivo como una alegoría, pero tiene su inquietante resonancia... Desde Los restos del día, Ishiguro no había vuelto a escribir sobre las vidas perdidas con tan medida tristeza» (Peter Kemp, The Sunday Times).